jueves, febrero 16, 2012

LA FÁBULA DE LOS CANGREJOS O SOBRE LA ENSEÑANZA DE LOS VALORES CIUDADANOS


Homenaje al cangrejo en el Fuerte de San Gerónimo en el Malecón (foto: Faustino Pérez)

PARADIGMAS

Por Dr. Leonardo Díaz
Publicado en Acento

El célebre escritor español Félix de Samaniego (1745-1801) cuenta un relato moral relacionable con la temática de la enseñanza del ejercicio ciudadano. Les hago una paráfrasis de este relato, conocido como la fábula de los cangrejos:
Un día, las madres cangrejas decidieron enseñar a sus hijos a andar hacia adelante en vez de hacia atrás, con el propósito de que se convirtieran en cangrejos adultos, avanzados, modernos y liberales. No obstante, contradiciendo sus enseñanzas verbales, las madres cangrejas seguían caminando hacia atrás, por lo que los cangrejitos, deseosos de imitarlas y observando que las mismas caminaban en sentido contrario a sus enseñanzas, olvidaron sus lecciones e imitaron su estilo. De este modo, en los jóvenes cangrejos produjo más efecto un ejemplo que mil consejos.
Esta fábula transmite una sabia enseñanza popular de predicar con el ejemplo. Al igual que la libertad, cualquier valor que consideremos importante promover para llevar a cabo un proceso civilizatorio, requiere de un proceso de enseñanza distinto al característico de los saberes teóricos. Se debe partir del supuesto según el cual la enseñanza de los valores forma parte de un sistema de prácticas donde los comportamientos ciudadanos se originan a partir de unos modelos de conducta.
En este sentido, la idea de que se requiere una asignatura para la enseñanza de los valores y deberes ciudadanos parte del falso supuesto de que la conducta moral se enseña teóricamente, o que las conductas humanas se producen por lecciones explícitas de moral.
Sin embargo, como todo aprendizaje relacionado con las prácticas, los seres humanos aprenden sus valores y comportamientos a través de la adquisición de hábitos internalizados en las acciones cotidianas mismas y no por lecciones explícitas de cómo ellos deben comportarse.
Por esta razón, el sistema formativo de una sociedad puede promover y consolidar una contradicción entre la enseñanza de una serie de normas sobre conducta ciudadana explícitamente trasmitida a través de los clásicos mecanismos de socialización (la familia, la escuela, los medios de comunicación, etc.) y las costumbres que conforman las normas de convivencia ciudadana.
Si la sociedad es institucionalmente débil, la contradicción genera una dinámica socialmente autodestructiva. Como las personas no han interiorizado una serie de valores imprescindibles para la convivencia civilizada –solidaridad, respeto a las normas, etc.- y la sociedad carece de las instancias y mecanismos eficientes de disuasión de la conducta, los individuos perciben estos valores como conceptos constitutivos de un discurso políticamente correcto, pero en la práctica, vacío. Si estos individuos terminan accediendo al poder, se valdrán del mismo para violar las normas exigidas a toda la ciudadanía; si no logran acceder al mismo, desarrollarán una actitud cínica ante la moral, comportándose “correctamente” frente a las autoridades que puedan castigarles y violando las normas más elementales para la convivencia pacífica en comunidad desde el instante en que las mismas muestren la espalda.
¿Qué valor tiene entonces la enseñanza de una asignatura “moribunda” como Moral y Cívica, cuya reactivación se implora en épocas de crisis espiritual como panacea a nuestros problemas sociales? Realmente, no mucho.
Es muy poco lo que ésta o cualquier otra asignatura de esa naturaleza puede hacer para el propósito que nos ocupa. Una asignatura semejante se convertirá, a lo sumo, en un catálogo de buenos modales o en una catequesis secular, pero nunca formará seriamente a las personas, ni transformará los hábitos que aspiramos corregir.
Esto no significa que la escuela carezca de una importante función en el proceso de formación ciudadana, pero su concepción debe replantearse para implicar la reflexión sobre los problemas del entorno desde los saberes dirigidos a la vida, como la ética o la literatura, integrados a un proceso más general de formación donde participen la familia, las instituciones, los medios de comunicación, etc.
Se requiere, además, que el modelo de desarrollo económico permita una integración de todos los sectores sociales. Pues una sociedad que excluye a las personas envía el peligroso mensaje de que los valores de convivencia ciudadana no les incumben o son para otros, los que sí forman parte integral de esa sociedad.
Por tanto, el problema de la enseñanza de los valores ciudadanos está indisolublemente vinculado al problema de mejorar nuestro índice de desarrollo humano. En la medida en que la vida cotidiana de las personas es un reto diario de sobrevivencia, los valores se desdibujan por la imperiosa necesidad de la preservación biológica personal y familiar.
En conclusión, si bien la enseñanza de los valores ciudadanos se inicia con el proceso de formación de la familia y de la escuela, la misma se hace sostenible si ese proceso forma parte de una sociedad donde el desarrollo económico y social lo hace plausible y por consiguiente, no convierte la práctica de estos valores en un ejercicio de heroísmo.

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